Page 5 - Adelphos lykos 7
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 Hubo un tiempo terrible en que los dio- ses del Olimpo se enfrentaron a los tita- nes. Eran estos una raza de seres gigantes- cos de la que formaba parte el imponente Atlas. Su cuerpo era azul y sus cabellos largos y sombríos, conocía las profun- didades del mar, los misterios del cielo y poseía una fuerza incomparable. Con Zeus, al frente, los olímpicos derrotaron a los titanes, que fueron encadenados en las entrañas de la Tierra, en el lóbrego Tárta- ro donde nunca penetra la luz.
permanecería por más tiempo encadena- do y sosteniendo el peso del cielo! Estaba harto. Avistó a Heracles, que paciente lo esperaba y lanzo las tres manzanas de oro a sus pies.
-He aquí tu recompensa -dijo Atlas- y pues lo haces tan bien, transfiero a tus es- paldas la responsabilidad de mantener el cielo sobre las cabezas de todos. Yo me iré a las profundidades del mar, que bien co- nozco, para escapar a los enojos de Zeus, por si se entera que me has sustituido.
Heracles comprendió que estaba per- dido. ¡Sostendría la bóveda de los cielos por toda la eternidad! Pensó rápidamente como salir de la situación tan comprome- tida y le dijo a Atlas:
-Me parece justo, gran titán. Pero quiero hacerlo de la mejor manera y con las pri- sas, cuando cambiamos los puestos, mi capa quedó desordenada sobre los hom- bros y me están molestando los pliegues de la tela. Sostén el cielo por un momen- to mientras me acomodo y extiendo la prenda.
Al titán le pareció justa la petición de He- racles y así lo hizo, sin sospechar nada. El joven héroe se ajustó la capa con parsi- monia, recogió las manzanas y se marchó de ahí sin despedirse de Atlas.
Años o siglos de después, otro joven hé- roe llamado Perseo llegó hasta los remo- tos lugares con un terrible trofeo: la cabe- za de Medusa, que tenía el extraño poder de transformar en piedra a quien la mi- rara. Atlas le pidió que le dejara contem- plarla y a su influjo se convirtió en una enorme y majestuosa montaña de cuerpo azul y vegetación sombría que aun hoy se llama Atlas y que parece
sostener el cielo.
atlas
Diccionario de mitos clásicos
María García Esperón, Aurelio González Ovies, Amanda Mijangos.
Zeus mandó que sacaran a Atlas del Tár- taro y lo desencadenaran. El vencido ti- tán apretó los puños y dijo al padre de los dioses:
Él, aunque había cumplido grandes em- presas, necesitaba de su ayuda para con- seguir tres manzanas de oro del jardín de las Hespérides. Eran estas unas doradas doncellas, hijas de la Noche y sobrinas de Atlas, que vivían cantando y solazándose en un jardín donde había un manzano que daba frutos de oro, custodiado por un dragón –serpiente de ojos mortíferos.
- Me han dicho, gran Atlas –dijo Hera- cles-, que sólo tú eres capaz de arrancar esos frutos, pues en tiempos más felices para ti el dragón te obedecía como un perrito faldero. Te ofrezco encargarme de sostener la bóveda celeste mientras viajas a Occidente, al jardín que ningún mortal conoce. Descansarás un poco y yo tendré las manzanas que ansío.
- Atlas, que deseaba ver a sus sobrinas, aceptó la oferta que le hizo Heracles, quien desató sus ligaduras y afianzó sus potentes brazos en las columnas. Pronto, el peso del cielo descansaba sobre la es- palda del joven héroe.
El titán se sintió libre y aprovechó para dar una vuelta por el mundo. Todo ha- bía cambiado y había muchos campos nuevos y ciudades con calles y templos de un estilo que jamás había visto. Las Hespérides lo recibieron con muestras de alegría, lo agasajaron, lavaron sus pies y le sirvieron delicadas viandas. Atlas se apro- ximó al manzano donde se enroscaba el dragón-serpiente, acaricio sus escamas y sin la menor molestia arranco tres frutos de oro.
- ¿Qué vas a hacer conmigo?
- El mundo está casi destruido. El viejo Cielo, después de la guerra que nos en- frentó, no puede mantenerse más por sí solo sobre nuestras cabezas. He decidido que seas tú, con tus músculos potentes y tu cuello de hierro, quien para siempre sostenga en sus espaldas la bóveda celeste.
Atlas guardó silencio y fue conducido por el joven dios Hermes al norte de África, donde después de ascender una alta mon- taña fue atado a dos columnas de metal que brillaban como el oro. De inmediato sintió sobre su espalda el peso inmenso del cielo, suspiró y aceptó su suerte de ti- tán vencido.
Pasaron años o quizá siglos, porque el tiempo de los dioses y las montañas se mide de otra manera, y un buen día llegó
ante el titán un joven que dijo llamarse Heracles, héroe a
quien en Roma conocie- ron como Hércules.
En el camino de regreso había re- flexionado y trazado un plan. ¡No
         Hay un hombre gigantesco que sujeta el universo.
Creo que se llama Atlas y es el padre de los mapas.
 Eric Belmont Moreno
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