EL CINE MÁS ALLÁ DE LA PANTALLA

Como producción humana, la cinematografía es un medio de comunicación social que se basa en
la representación de imágenes en movimiento acompañadas por una banda sonora. Las audiencias
actuales se encuentran rodeadas por un sinfín de representaciones fílmicas que se reciben a través de
diversos canales (desde las proyecciones en salas tradicionales, hasta el consumo de películas bajo
demanda en un teléfono móvil). Sea como sea la situación específica, el encuentro con una película
supone una aventura comparada con el acto de abrir una caja de Pandora: nunca se sabe qué se
escuchará, qué se verá, y lo más importante, nunca se sabe qué efecto sensorial y afectivo tendrá en
las audiencias cierta escena, cierto diálogo… Cada película es un misterio, pues como escribió Andrei
Tarkovski en su texto “Esculpir el tiempo” (2009) el cine “…actúa sobre todo en el alma…” (p. 48). 

Verano de 2019. Una sala llena en alguna ciudad cosmopolita. El embriagante aroma de las palomitas,
los nachos y un sinfín de golosinas se apropia del lugar. Es el fin de semana del estreno de Toy Story

  1. Ante la expectativa todo puede suceder. La historia comienza, se plantea el conflicto, la acción toma
    vuelo. Se escuchan risas y expresiones de sorpresa aderezadas con el entusiasta sonido de las
    palomitas y los sorbos de refresco. Algunas personas se muestran sorprendidas ante la evolución de la
    animación digital que genera impactantes imágenes tridimensionales acompañadas por luces
    fotométricas que logran un realismo impensable en Toy Story 1. Parte de la audiencia experimenta
    flashazos de recuerdos de infancia relacionados con las entregas anteriores de la saga. Los más
    jóvenes se emocionan, disfrutan del momento y adquieren nuevas vivencias para recordar. Las luces
    se encienden, la película ha terminado: pero la experiencia no quedará ahí.

Días después, una niña de cinco años que estuvo con sus padres en aquella proyección pide que le
compren en el supermercado un Woody de juguete. Al cabo de un mes sus padres fallecen en un
accidente: al abrazar por las noches a su Woody, la niña recuerda la última sensación de seguridad de
su infancia. Dos jóvenes, al salir de aquella sala se hacen novios. Al cumplir su primer mes juntos, el
chico compra en el mismo supermercado un Woody de peluche que le recuerda esa primera cita con
su novia. Tres meses después la familia del joven se muda a otro país. La chica, en sus noches de
llanto, al abrazar ese peluche se está aferrando al primer amor, con quien posiblemente nunca se
reencuentre.
El muñeco adquiere no sólo el valor de la diversión o una mera función de consumo, también supone
la preservación de un momento feliz. Y, es que el fenómeno cinematográfico no se reduce a una
proyección que dura unos cuantos minutos, sus efectos (para bien o para mal) pueden durar toda una
vida. Debido al enorme potencial afectivo que tiene el cine, cada persona que conforma una audiencia
puede crear en su memoria relaciones entrañables entre su propia vida y ciertos pasajes de una
película, o incluso cualquier tipo de merchandising de un filme puede funcionar como una especie de
anclaje emocional que nos regresa una y otra vez a aquel momento feliz que compartimos con alguien
más.

María E. Chamosa Sandoval.
Docente en la Maestría en Comunicación Visual

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